Episodio IV

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     Una plúmbea mañana germina, nubes llenas de gris  y hasta de negruzca apariencia me acompañan. Por la ventanilla entra un fresco airecillo, que eriza los vellos de mis antebrazos. Puede que la emoción de conocer a los anónimos nicks con los que me comunico a través de la red, también colabore en este estado de leve ansiedad. Sé que la mañana irá a mejor, no necesito buscar ninguna señal en el cielo, una vez que comience a descender el eje montañoso del puerto de La Cadena, el gran amigo del sureste, comenzará a brillar sin tener compasión, luciendo un bello traje de primavera.

           

       Ocurre que a estas horas, si te encuentras gente que hace lo mismo que tú, es porque seguramente sean tus compañeros de afición, difícilmente la gente madruga en fin de semana, si no es para practicar deportes que necesiten de la naturaleza para poder satisfacer la necesidad de enterrar el tedio semanal, que como buenos zánganos de colmena, nos vemos todos obligados a desempeñar. Somos engranajes de una alienante organización social que nos miente día a día, pero aún así, seguimos fieles a sus premisas y trabajamos, y nos esmeramos por que todo lo que se espera de nosotros sea aceptado. Así que no creo que los hombres que veo a mi izquierda, estén fingiendo. Portan un colorido surtido de kayaks por la arena y entre la neblina de algunos cigarrillos van estrechándose las manos. Falto yo, así que voy a bajar de la baca mi piragua y voy a unirme al grupo.

    Puntualidad inglesa, son las nueve y media de la mañana. Noto como un silencio especial, a penas hay movimiento sobre el rugoso asfalto. Mis futuros compañeros, van apareciendo por todas partes: entre los coches aledaños, por las tímidas arenas, e incluso algunos flotando ya sobre las aguas de un mar relajado, que pronto se agitará con el bullicio de los bañistas. Estos suelen madrugar poco, únicamente buscan el bronceado solar que les distinguirá de sus congéneres más próximos.

           

             Superamos la decena, buen grupo, si señor.

            Tímidas presentaciones, pero muchas ganas de comenzar a abrir las aguas con nuestras proas. Es la cuarta vez que me voy a poner a los remos de mi amarillo juguete. Veo mucha experiencia a mi alrededor, eso me gusta, con un poco de suerte me empaparé de buenos consejos y podré ver como se navega, pues lo que yo hago es deslizarme vanamente.

            Se reúne el Sanedrín y decide cual va a ser el trazado de nuestra ruta, cual va a ser nuestro rumbo. Dicho y hecho. Todos aceptamos de buen grado lo propuesto por los más avezados. La gran mayoría de los líderes ya se conoce de anteriores jornadas, de darle al teclado hasta hacerlo humear, son viejos amigos y compañeros de la mar.

           

         Sin que nadie lo haya preparado, nos van apadrinando a los más noveles. Abandonamos la orilla profanando la quietud de las aguas, con las miradas llenas de curiosidad, deseando saber que hay que hacer para navegar correctamente con los kayaks. Algunos apenas sabemos coger bien la pértiga de la pala, apenas nos hemos sentado de forma que nuestra postura parezca natural, apenas avanzamos; y vamos recibiendo cariñosas instrucciones de parte de los nuevos amigos, que amable y pacientemente, como unos padres, nos corrigen y enseñan. Estos improvisados instructores se van alternando, y sin tenerlo estructurado en su guión, entre todos conformamos un curioso entrelazado ballet sobre las aguas.

           

            Remando, bogando, empujando y chapoteando en las más de las ocasiones, hasta llegar  a la delicada línea que separa las salinas de la laguna. En compañía de ciclistas que también han decidido romper el alba para reunirse con su válvula de escape, vamos arribando en la orilla. Ordenados, nos colocamos en paralelo y llenamos ese rincón de color, rompemos la monotonía cromática del lugar con nuestros exóticos artefactos flotantes, como se les suele definir en algunos manuales náuticos.

          

         Los mecheros prenden las puntas de algunos cigarrillos. Los paladares comienzan a sustituir el cansino sabor salado marmenoreño por el dulzor de la fruta. Hemos cruzado un buen tramo del espejo de mar, algunos estamos muy satisfechos a pesar de haber zigzagueado y caracoleado bastante para poder llegar hasta donde otros apenas han desviado sus quillas. Eso es así, la experiencia es la madre de la ciencia.

            Ha pasado una hora, y dos aguerridos argonautas se despiden, disponen de menos tiempo para gastar esta mañana y con un apretón de manos y el deseo de volver a vernos, nos muestran el bello avance de sus popas. El resto del escuadrón se pone en marcha, y a escasos centímetros del fondo, enfila hacia la encañizada.

           

           Nunca pensé que podría sustentarme en tan escasa profundidad, algunos hasta hunden sus quillas entre algas y arena. Lentamente avanzamos. A mi izquierda veo como la rectilínea costa se abre, en forma de mini bahía, veo como el paisaje cambia de forma radical, ahora mi mirada no deja de escrutar todos los detalles nuevos que se presentan. Kikancho, cual navegante portugués del siglo XVI, encabeza la búsqueda del paso que nos permitirá adentrarnos en el Mediterráneo. Hay curiosas y añejas construcciones que se erigen inhiestas sobre islotes de arena prensada, haciendo que mi imaginación se transporte a décadas lejanas. Multitud de estacas de madera desafían al salitre y emergen por doquier. No sé cual habrá sido su finalidad en el pasado, pero en el presente si lo tengo claro, forman parte de un bellísimo paisaje marítimo que me está haciendo disfrutar mucho.

           

     Creo que la monotonía del aprendizaje, de tener siempre la misma postal frente a nosotros, ha desaparecido, La Manga ya no es la protagonista. Mi pulso debe haber cambiado, las comisuras de mis labios sin verlas puedo decir que dibujan una línea cóncava. Sin avisar comienzan a aparecer diferentes tipos de aves y a saltar unos enloquecidos peces que sobre sus espaldas salen disparados hacia nosotros, llegando incluso alguno a golpear el duro y poco cariñoso material de los kayaks. Nos alineamos y vamos siguiendo las paladas de la cabeza de grupo, que busca sin tener una sonda ni escandallo, el mejor paso por el que conseguir nuestro objetivo. Nuestro ritmo es lento, es una pena no poder sacar la cámara de fotos, ante mi no cesan de aparecer imágenes inolvidables que me gustaría inmortalizar en unos cuantos píxeles. Aunque el bucólico marco se ve algo perjudicado por un espeso aroma a cieno y las basuras abundantes que han ido a parar a la escollera que vamos acompañando.

        

      Bajo la atenta mirada de un helicóptero de la Guardia Civil, llegamos a mar abierto. Una voz experta, me apunta las características técnicas de dicho artefacto volador, pues lo conoce bastante bien.

            Ahora debemos tener un par de metros de profundidad bajo nosotros, la superficie a pesar de estar en calma, es ondulada, y más nerviosa que la que hemos dejando atrás. Navegar por el Mare Nostrum es algo que excita sobre manera. Nos reagrupamos y sonrientes decidimos lanzarnos al abordaje contra una blanca y redondeada estructura de cemento, en la que bellas señoritas despachan frías y deliciosas copas de cerveza.

           

        Tras el refrigerio, por cierto: fenomenal; toca volver a ajustar los cubre bañeras  y sentaditos como buenos chicos regresar al punto de partida, pues la mañana ya está muy avanzada y el medio día despunta con unos infernales rayos solares, que a más de uno nos van a freír.

            Regresamos por un lugar diferente, nos adentramos en un rincón que dicen, es exclusivo para los pescadores. Así que de forma cautelosa, pero ante la expectante mirada de un enojado señor, que está anclado a nuestra derecha, con la mirada clavada en todos nosotros y los brazos en jarras, aligeramos el ritmo y cual ágiles corceles, sorteamos una barra de madera paralela a nuestras miradas, lazándonos sobre ella, saltándola literalmente.

      

      Dejando el episodio de piraguas saltarinas en el recuerdo, trazando el camino más corto, buscamos las referencias de la costa que nos permitirán llegar a nuestro punto de partida.

            Son varias horas las que llevamos con las rodilla encogidas en el interior de nuestros afilados kayaks, y pasa factura a las fuerzas de nuestra sirena murciana. Pero no supone ningún problema, pues nuestro hercúleo gigante de Eliocroca le tiende un cabo y así minimiza el esfuerzo de la grácil compañera hasta el fin de nuestra aventura.

          

        Se me hacen cansados estos últimos kilómetros, parece que la orilla nunca aumenta de tamaño, sigue tan pequeñita, no tengo la sensación de acercarme. Vamos al tresbolillo, casi podría decirse que desbandados, todos con las miradas clavadas en las referencias elegidas para llegar al destino final.

            Un refrescante baño entre los turistas es el premio a toda una mañana de remos, quillas, proas, vientos, popas, cabos, horizontes y kayaks.

           

         Me siento exhausto, no tengo ganas más que de subirme en mi furgoneta, pulsar el botón del aire acondicionado y con unos lacerantes acordes metálicos, ir alejándome poco a poco hasta llegar a mi hogar. Así que dejo para otra ocasión esas tan valiosas lecciones que el hijo de la ciudad del sol está impartiendo en la orilla. Otra vez será, hoy ya he tenido bastante.

Un comentario »

  1. Luis; ha sido un placer palear contigo. No te sientas nuevo en estas lides, sólo aprendiz de la vida que en breve será maestro de otros que llegarán y buscarán tu apoyo. Compartir es lo mejor de conocer. Tengo un amigo que, acertadamente, me dice siempre que los conocimientos son lo único que se multiplica cuando se comparte.
    Un abrazo y nos vemos en la mar

  2. Agradables palabras. Anto verte remar era poesía pura, al igual que a Kike, Paco y Edu. Espero volver a pasar otro ratico abarloado a tu albo kayak.

    Gracias por pasar por mi rincón en el que las letras y las olas surfean a la par.

  3. Luis. Muy buena crónica, pero seguro que piensas que no ha sido suficiente lo contado y te quedas con la idea de que te han faltado palabras y elógios, de esta experiencia y de las compañias.
    Palear solo es muy bonito, pero en compañia, lo es mas aún.
    Bueno, ya has «catado» el «Mare Nostrum». Ya mismo sales del «marme», cuan alevin, que sale de la guarida materna, a la aventura de descubrir todos los rincones de la geografía que te apetezca (que seguro no son pocos)
    La costa murciana, tiene unos parajes alucinantes, la de Almería ni te cuento, pero si las enlazas, ya es de ensueño (cuenta conmigo, para cuando quieras emprender esa travesía).
    Un saludo, compañero.

    • Drakkar, si contase todo lo que me pasa por la frente cuando me siento a escribir, os tendría una semana enraizados a la silla, prefiero esquematizar y así lo dejamos en una redacción de bachiller, con la que pasar unos minutos.

      Ciertamente las costas mediterráneas son un tesoro, descuida que como ya te he dicho en anteriores ocasiones, en cuanto me maneje medianamente te estoy contactando y nos surcamos las aguas hermanas de Almería.

      Un abrazote.

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