Viento en popa

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Ya han pasado tres horas de remo estático, desde la última jornada náutica,  en la máquina infernal que esconde un rincón del gimnasio; ahora toca volver al elemento supremo. Nuevamente los vientos han de acariciar las amuras de mi amiga amarilla.

            En esta ocasión me he buscado un ayudante, el jefe del clan, el culpable de todas y cada una de estas letras, el genuino Chorques, el “number one”. Sentado en los escalones del edificio me está esperando, con su gorra marinera, su pecho descubierto, pues los tres primeros botones no tienen sentido para él en épocas de manga corta, y su mirada sosegada. Un par de besos, un abrazo y nos lanzamos de cabeza al negro café de nuestras tazas. Yo rompo el silencio de los sorbos con el crujir de mi tostada, el jefe, opta por dejar un único sabor en su paladar, el del negro café con un toque dulzón a sacarina.

            Una vez hundidos los escarpines en la arena de la playa, opto por no ponerme el cubrebañeras, hace calor y es temprano, así que no quiero cocerme al medio día. En un par de minutos estoy empujándome con las manos sobre la lengua de mar y en una fracción de segundo la flotabilidad me transporta a otra dimensión.

          

              Hoy es mi tercera sesión. Creo no haber olvidado las últimas enseñazas de la pasada semana. Ajustando mi posición voy paleando suavemente entre los veleros que hay anclados al amparo del club náutico de Lo Pagán.

            Sopla un viento muy agradable, hoy la superficie no esta bruñida, está rizadita, preñada de pequeñas olas que se persiguen de manera nerviosa y que apenas se elevan un par de decenas de centímetros. Pinta bien, ya estoy cansado del consomé de los días anteriores. Mi rumbo está por decidir, me gusta llevar una buena dosis de improvisación en los bolsillos del chaleco, así que vamos a ver que hago, de momento voy a saludar a las gaviotas que se yerguen inhiestas sobre los mástiles a mi alrededor.

            Como hecho de menos mi mundillo del ciclismo, voy a hacer unas series, lo tengo claro, voy a ejercitarme un poco al tiempo que sigo domando a la Hasle y a los elementos. Ya llegarán tiempos en los que me embarque en travesías por el Mediterráneo, solo o acompañado.

            Me doy cuenta de que hoy también remo a babor, pero que en menos de un segundo mi nave se deforma de manera mágica y sólo puedo avanzar a estribor por mucho que me esfuerce en la palada correctora. Esto no puede ser, el último día iba navegando casi a tiralíneas, hoy no puedo emborronar aquella mañana tan hermosa. Me paro, abro una bolsa de plástico que llevo tras mis riñones y saboreando una deliciosa y roja manzana, comienzo a analizar mi situación. Tengo que encontrar los factores que me están embarrando el ánimo y la mañana. Ha pasado escasamente una hora desde que alcé la mano para despedirme de mi padre, no puedo tirar la toalla, no, esto tiene que tener una explicación y he de encontrarla.

           

          Veo pasar una escuadra de cuatro kayaks, de menor calado y eslora que el mío y encabezados por alguien que hacía de instructor. Les da instrucciones, yo sigo masticando los últimos bocados de mi “pomme”. Ellos navegan al tresbolillo siguiendo a su pastor, pero cuando avanzan lo hacen por railes. Algo falla. Me doy cuenta de que sus anaranjadas construcciones son diferentes a la mía, ellos apenas sobresalen de la superficie, yo por el contrario tengo tanto la proa como la popa bien alzados sobre el nivel del agua.

            Creo que he descubierto donde se esconde desánimo matinal, es el viento, que sopla y al chocar contra el casco de mi kayak desvía mi trayectoria. Observo hacia donde ondean los pabellones de los veleros que hay frente a mi, y siguiendo esa dirección me lanzo a dar un rítmico movimiento a mis hombros y comienzo a deslizarme como un vector por el plano, siempre en la misma dirección, sólo cambiaré de sentido.

            Visto como continuar la jornada me dispongo a marcar referencias en el horizonte, y comienzo a remar con el viento de popa, voy rompiendo las pequeñas olas que se interponen en mi camino, mi roda se enjuaga la cara con la espuma de mar, con las saladas aguas de la laguna murciana. Intentando jugar a la perpendicularidad voy sorbiendo los vientos, pues mi pulso se acelera y la demanda de aire se incrementa. Ahora si. Ahora estoy poniendo la maquinaria en marcha, la velocidad se incrementa y el disfrute también, no creo que me pueda abandonar a la molicie en este mundillo, mi carácter es dinámico.

           

           Así voy surcando la mañana, pasan las dos horas y toca volver a abrir la bolsita de plástico. Otra jugosa manzana endulza los tambuchos de mis mejillas y alimentan la caldera de mi locomotora. Dejando únicamente el rabito de la manzana, pues hasta las semillas y el corazón de la fruta son aprovechables, me bebo un buen trago de agua y continuo las series.

            Hace calor, mi piel está macerándose con el salitre, con mi sudor y con la crema protectora, soy una especie de chuletón que se está cociendo en su jugo.

            Los hombros queman, la gorra está que echa chispas, el astro rey está alegre, está lanzando sus mejores rayos. Las manos también están mandando señales de cansancio y como ya han pasado casi tres horas desde que abandoné el secano, creo que va siendo hora de poner rumbo a la costa y arribar en la playa al estilo cetáceo. El balance de navegación es positivo bajo mi óptica personal, al principio  algo desconcertante, pero una vez sujetadas las riendas, de manera que los ánimos han quedado incólumes la cosa ha ido a mejor.

            Una rica tortilla de patatas, es la medalla que obtengo por mi trabajo, mi madre ha querido premiar el esfuerzo con una rica receta. Al llegar a casa la compartiré con el resto de la marinería y cuando se acabe, haré un abordaje al sofá.

Un comentario »

    • Hace tiempo que no sueño con orgías demenciales, sueño con montar en bicicleta por la sierra, en especial por algunos que tramos de la Pila que siempre me he guardado para mis raticos de soledad. 😕

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