El acantilado verde.

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      Sentir como cruje la arena de la playa bajo las suelas de goma de mis escarpines supera cualquier punteo de la guitarra más afamada, dejar que los rayos del sol me acaricien a estas horas es algo celestial, agradable, hasta diría que maternal. Arenas que la semana pasada palpé, que se vinieron conmigo de ruta, que fueron la única compañía de este pobre argonauta que está abriendo una grieta en una nueva afición y que siente que el corazón se le desboca al sentir el frescor del agua. Arenas que mezcladas con el fuerte olor a salitre hacen que el momento sea digno de una acuarela. No sé como va a resultar esta nueva mañana de piragüismo, pero lo que si tengo claro es que volver a presentarme ante la orilla y ver lo que tengo delante, no tiene precio.

           El estado de la mar es inmejorable, minúsculos pulsos de agua en la orilla me dicen que no estoy ante una gigantesca placa de plomo bruñido, sino ante una laguna salada impaciente por engullirme y mostrarme algunos de sus tesoros. No me lo pienso ni un segundo, me pertrecho correctamente y sin ajustar el cubrebañeras ya estoy suspendido a unos centímetros del fondo. Poco a poco voy ajustando el borde de neopreno, ajusto la gorra y bebo un buen trago de agua fresca.

                Mi pequeña obsesión es ver que la proa siga escorándose a babor. Esta mañana la cosa ha de ser diferente, he leído bastante sobre como he de comenzar a remar. También he recibido muchos y maravillosos consejos de mis amigos de kayakdemar.org. He visto algunos manuales audiovisuales en la pantalla de mi portátil. Vamos que llevo toda la semana acaparando movimientos, ángulos, imágenes de posturas correctas e incorrectas, formas de hundir la cuchara de la pala en el agua, formas de sentarme, en fin… ahora es el momento de ir probando todo lo que he leído y visto.              

            Como el itinerario es el mismo que el de la semana pasada, los viejos paquebotes que os describí en  pretéritas letras, ya me conocen, me hacen guiños a modo de saludo. Algunas gaviotas me clavan sus miradas desde lo alto de los mástiles. Pero mi vista está puesta en el horizonte, en la proa, en mis ganas de progresar.

                Comienzo con unas paladas suaves, veo que no voy mal, pero no son un buen referente porque voy esquivando algunos orinques, y las barquitas que están ancladas de forma perenne olvidadas por el hombre, pero no por el paso del tiempo que las castiga sin perdón. Salgo de ese galimatías y siento que tengo todo el Mar Menor por delante, dispuesto a darme la oportunidad que ando buscando. Voy probando formas de mover los brazos, también me acomodo de forma diferente al día anterior y veo que la cosa va funcionando. No sé porqué pero mi  mente va repitiéndome muchos de los consejos leídos, como si tuviera sobre mis hombros un narrador encargado de apuntarme los deberes, para que no me deje nada sin probar. Claro, ¿quién no hace caso al apuntador, cuándo se le puede olvidar la letra del recital?. Así voy sintiendo como esas gotas de agua que salpico me van mojando. Paso los minutos uno detrás de otro. Cuando vengo a darme cuenta, ha pasado una hora. Ni un simple parpadeo se me hubiese antojado tan rápido. Ya no navego a babor, ahora voy con una referencia en el horizonte y más o menos voy trazando ese rumbo sin apenas desviarme.

               

           Qué diferente esta siendo la sesión de hoy. Estoy disfrutando mucho al ver que mis ganas de hacer las cosas mejor están dando resultado. Cada golpe de hombros es estudiado por mis ojos y procesado por mi cerebro. No sé como lo estaré haciendo, pero no tiene que ir mal la cosa, pues avanzo y no poco. Tanto es así que nuevamente estoy paralelo a la señalización del club de piragüismo de Santiago de la Ribera.  Me paro a contemplar la línea de costa y veo como llega una chica por ese canal de navegación privado, con un ritmo impoluto, casi mecánico, es digno ver que postura tan armoniosa y ver que parece que vaya sobre un rail. Me fijo y capto un detalle, cuando bracea, lleva siempre los brazos a la altura de los hombros y apenas salpica al palear, eso me hace pensar que yo estoy derrochando mucha energía en vano. Dejo de hacerle la radiografía y me pongo en marcha intentando imitarla.              

       Paradójicamente estoy junto a la pista de aterrizaje del aeropuerto de San Javier, pero yo no voy a despegar a pesar de ir muy rectito. Me doy cuenta de que estoy a unos centímetros del fondo. Veo que hoy no estoy solo, no dejan de saltar pequeños bancos de pececillos que se asustan a mi llegada. También contemplo diferentes gobios patrullando bajo el casco de mi kayak. Y el espacio aéreo está lleno de gaviotas y otros tipos de aves marítimas que entran y salen de los matorrales que pueblan la orilla de la zona militar. Llenan la atmosfera con sus trinos, menudo lujo de mañana que llevo.

                Entre tanto, me siento como cuando de chiquillo aprendí a montar en bicicleta, a manos de mi padre, de repente me doy cuenta de que no estoy analizando mi forma de avanzar, sino que estoy pendiente de lo que hay bajo mi quilla, a mis bandas y sobre mi cabeza y al mismo tiempo avanzo de forma pausada abriendo las aguas con la proa amarilla de mi Hasle. Estoy algo hipnotizado con el gran cañaveral que tengo a mi derecha. Es como un acantilado verde, el mar acaba a sus pies y esas enormes columnas verdosas colmadas de verdes y brillantes hojas, conforma un tupido muro que de forma ondulante va marcando el fin de la tierra y el inicio del mar. Si cierro un ojo y miro buscando la perspectiva, podría ir acariciando un lomo rizado de hojas, como si fuese un paño de fina pana o basto terciopelo esmeralda.

               

        Llego a una zona balizada, una pequeña matrícula, una bandera negra triangular y otras de color blanco, el conjunto me dice que hay unas redes trabajando y que he de respetarlas, así que las bordeo. El agua está tan cristalina que veo lo que hay dentro, y seguro que mi alegría es el pesar del pescador que las instaló, pues están vacías, estériles, sin nada que regalar.

                Miro la pantalla del reloj y veo que han pasado dos horas, hora de regresar, tampoco puedo pensar que tengo todo el tiempo del mundo, puede que las fuerzas me fallen y hoy no tengo ganas de llegar exhausto. Decido recorrer los trescientos sesenta grados de rigor y pongo mi proa rumbo al punto de partida.

                Hasta el momento he ido tranquilo, guardando fuerzas, reservándome un poco. Pero ahora me pica el gusanillo, sé que la velocidad no va a ser la misma que cuando iba a lomos de mi Scott, ni la adrenalina  va a inundar hasta el último capilar de mi cuerpo, pero si sé que puedo poner en jaque a mi sistema cardio pulmonar. Quiero sentir como se agolpa mi respiración, como se calientan todos y cada uno de mis músculos y saber que las células adiposas van a sufrir un recorte hídrico que las hará bajar de volumen.  Llega el momento de ir subiendo el ritmo poco a poco, el momento de abandonar el ángulo recto sobre el plano de mi nave e imprimir un pequeño ángulo superior a los 90º. He ido practicando al despuntar la mañana como moverme a cada golpe de hombros y ahora toca conjugar todo al mismo tiempo, ver que puedo sentir el progreso.

                Noto como despego, muy pendiente de todo voy cortando algunas pequeñas olas que se me acercan, con mi seguramente estrambótico estilo, voy recortando la distancia de manera muy significativa, haciendo que los segundos lleven los bolsillos llenos de plomo y pasen más despacio. No voy dando todo, pero si voy a un ritmo alto, en donde funcionan al cincuenta por cierto mis anhelos y mis músculos. Mucho tiempo ha pasado desde la última vez que fui con unas pulsaciones tan altas e impregnando la camiseta de sudor. Hoy ese sudor se ve ridiculizado por la salinidad de las aguas que me salpican, veo como el sol seca mi camiseta y deja unos rodales blancos increíbles, parezco un viejo mapa olvidado y muy deteriorado.

                Leyendo los curiosos nombres de algunas amuras voy recuperando el pulso, he surcado la bahía de Santiago de la Ribera en escasamente una hora. La mañana está llegando a su ecuador, camino al medio día, y en la orilla veo a mis dos cachorros jugueteando y chapoteando. Que gran sorpresa, han bajado a recibir a su papá, saben que su mera presencia es el mejor premio que puedo recibir. También veo a mis padres entre algunos cuerpos tostándose sobre estampadas toallas y a Manuela, mi directora de logística y compañera.

               

              Entre los alocados comentarios de mis hijos y las cariñosas palabras de mi padre, que me recuerda que me ha crecido una buena barriga, Manuela me ayuda a sacar el artefacto plástico al paseo marítimo, y posteriormente a dejarlo yacer sobre la baca de nuestra furgoneta.

                Para ser mi segunda intentona, todo ha salido a pedir de boca, no pensaba que iba a disfrutar tanto y que iba a ser capaz de ir casi en línea recta. No dejo de soñar con los venideros, días en los que surque las grandiosas aguas del Mediterráneo, solo o acompañado, descubriendo lugares y sensaciones que me están esperando.

      Drakkar, te he llevado como polizonte, gracias por tan buenos consejos y ánimos.

Un comentario »

  1. Sois tal para cual!!!

    Mismo nombre, mismas aficiones.

    ¿Quien va a ser el valiente de dar el siguiente paso? Miedo me dais.

    Un besote
    De la apegada del apegao

    • Ambos tenemos mujeres medio españolas medio guiris… tenemos hija mayor e hijo menor… uffffffff, no sigo porque podría costarnos el mismo divorcio, jajajjajaaa

      El siguiente paso está al caer, en cuanto le vaya tomando el pulso a mi Titanic estoy enviándole un sms a mi Magister para irnos a dar un paseico por el Albir.

      Carmen un abrazo super cariñoso desde Ceutí, para ti y para todo el clan.

      Pd, espero que vengas con nosotros en el primer día.

  2. Da igual el tema sobre el que escribas Luís, siempre merece la pena leer tus crónicas, dan un poco de aire fresco en este mundo tan ajetreado en el que vivimos.

    Me ha gustado munnncho la crónica.

    Un abrazo fuerte.

    PD: En esa playica he pasao y probablemente pasaré los mejores veranos de mi vida, por eso me ha hecho gracia la crónica jeje…

    • Oh!!! mi mejor crítico, mi gran lector, mi amigo Eduardo.

      Yo también he pasado mi infancia correteando por Lo Pagán, Santiago de la Ribera, etc… vamos, marmenoreño al 100%.

      Me alegra saber que siguen gustándome mis crónicas, habrás visto que las hago más escuetas, pero conforme vaya ampliando horizontes, ve preparando las gafas de leer mucho porque no pienso dejarme ni una nube sin describir.

      Un abrazo, amigo.

  3. luisito, mientras tú me abres camino, que luego me he de aprovechar de tu margen de aprendizaje, yo iré poniéndole los deberes a richard….a ver si le saco algo de punta….

    • Tú te puedes aprovechar lo que quieras, tienes las mangas llenas de comodines.

      Lo de Báltico lo veo muy difícil, raramente verás en ningún hipódromo carreras de onagros 😉

  4. Siempre me agrada topezarme inesperadamente contigo en algún lugar de la web. Siempre que te encuentro hago un parentesis para adentrarme en tus vivencias a traves de tus letras y siempre me haces pasar un buen ratico. La verdad, he sentido un poco de celos al descubrir que «nos la estas pegando con otra», porque el mundo de las dos ruedas es nuestra pasión y que te vayas con otra…..
    En fin amigo, sea de una forma o de otra, estoy seguro de que le vas a sacar bien el jugo al nuevo juguete y al lápiz. Un abrazo.

  5. Tricicle, ten por seguro que daba mi alma al diablo por poder apretar los riñones sobre cualquier bici en la subida de mi Pico de La Pila, pero la vida manda.

    Esta actividad es diferente, es algo que me llena mucho porque también estoy en plena naturaleza, en otro entorno diferente, pero al fin y al cabo se trata de hacer deporte al aire libre, gozando de nuestros recursos naturales.

    Antonio, vende una remesa de gafas y cómprate un kayak, jajajaa 😉 es coña.

    Un abrazo amigo.

    Pd, me alegro de que tropieces y tropieces siempre en mis blogs, es un orgullo tener lectores de tu enjundia.

  6. Ya me he comprado el cabo para hace esqui atado a tu popa. Estoy aprendiendo a hacer figuras, ni barros ni hostias, todos van a estar pendiente de nosotros.

    Por un esqui sostenible…..

  7. Argonáuta, te veo con los colmillos afilados, y eso me gusta, además mucho. Descuida que vas a surfear las olas.

    En Junio estoy contigo, así que dile a Carmen que me quedo a comer, jajajajaaaaaaaaaa 😉

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